INTRODUCCION
Homenaje a los investigadores de nuestros cementerios
patrimoniales
Diez años atrás, cuando alguien nombraba un cementerio, la reacción más
común del receptor era el rechazo. Para muchas personas este espacio, que
durante mucho tiempo fue considerado un lugar sagrado, había perdido su
significado.
Visitar y recorrer una necrópolis pasó a ser una
práctica olvidada y la narrativa de los cementerios fluctuaba entre los relatos
destinados a la desestimación y los ambientados en esos clásicos paisajes de
miedo que, a lo largo del tiempo, dieron origen a tantas otras historias de
hombres y mujeres que por alguna circunstancia tomaban contacto con los
muertos.
Desde esa perspectiva, surgieron fantasmas diferentes
a aquellos que presentaban dramas como Hamlet, escrito por William Shakespeare
en el siglo XV -¿recuerdan que en esa obra el protagonista se comunicaba
constantemente con el espectro de su padre?- tampoco tienen semejanza con las
sombras y los aparecidos que han poblado los cuentos y poemas de los escritores
que conformaron, durante el siglo XIX, esa corriente que se conoce con el
nombre de literatura gótica: Edgard Allan Poe, Guy de Maupassant y tantos
otros.
Los relatos que circulan desde fines del siglo XX aluden al abandono
del lugar y en muchos de ellos se despliega un clima de temor y misterio,
propicio para la aparición de espantos que son propios de esta generación. Para
ilustrar esta forma de vincularse con los fallecidos, en este siglo, hemos
tomado narraciones de cuidadores y serenos del Cementerio de la Plata que fueron
publicadas en el diario Hoy de la ciudad de La Plata, el lunes 6 de julio de
1998. A continuación transcribimos algunas citas de esa publicación:
“A nadie le gusta el
cementerio, porque aquí es donde traen a los muertos y tanto las películas de
cine como las historias literarias que se han realizado, mostraron a este lugar
como un sitio lleno de misterio y terror, del cual casi siempre es imposible
salir con vida”, contaba Mario
Mazzeo, un ex-cuidador.
“Todas las opiniones, a pesar de que todos sabemos que son
mitos, nos transmiten mucho temor y eso se refleja en la gente cuando viene
hasta aquí. Por ejemplo, una vez un chiquito llamado Juan estaba junto a su familia en este lugar y, jugando con
su hermano a la escondida, se metió dentro de una bóveda. Pasados varios
minutos, cuando quiso abrir la puerta para salir, ésta se había quedado
trabada. Ante la desesperación, el chiquito comenzó a gritar -sáquenme de aquí que el
muerto me va a matar- mientras lloraba desconsoladamente” dijo Miguel.
“Cuando ingresé a trabajar como sereno, mis compañeros
comenzaron a contarme las historias. A pesar de no tener miedo en ese momento y
reírme junto a ellos, todo eso me quedó en el pensamiento y es difícil salir a
recorrer de noche un predio donde los ruidos abundan y vos mirás desesperado
para cada costado. Mientras caminaba por entre las bóvedas, comencé a sentir
ruidos extraños que alteraron mi calma. No era un ruido constante sino un
murmullo. Mirando para todos lados, trataba de escuchar de dónde provenía el ruido,
hasta que advertí que las palomas estaban escondidas entre las aberturas de las
bóvedas y que emitían un raro llamado, que en la soledad del cementerio daba
mucho miedo”,
concluye el sereno.
En una
época de distanciamiento de los muertos y de abandono de los cementerios, la
labor de los investigadores que los recorren, no sólo como espacios de la
memoria sino también como lugares de archivo de nuestro patrimonio, resulta
algo verdaderamente extraordinario.
En
la sociedad se ha propagado la costumbre de alejar la muerte de la vida, como
si no tuviesen nada que ver una con otra. Perder el sentido de la finitud de la
vida conlleva una pérdida de la comprensión de la verdadera naturaleza del ser
humano. La existencia se reduce al consumo y se da preponderancia al mercado y
sus valores. Esta manera de encarar la vida invisibiliza a los cementerios,
considerados lugares que no responden a las demandas que exige el mundo.
En
el aquí y ahora, no hay lugar para las acciones mancomunadas de una y otra
generación, en las que todos unen sus esfuerzos para construir una sociedad
afín a sus ideales, creencias y convicciones, a sus valores y formas de
expresión. Al cortarse los lazos de unión con los que nos precedieron -para
sólo vivir el presente- se ha creado un mundo de solitarios en el que reina la
desconfianza y, muchas veces, la sospecha hacia las personas que, a pesar de
estar a nuestro lado, nos resultan extrañas.
Lo
cierto es que en estos tiempos del individualismo, todo gira alrededor de las
posesiones materiales y, para el
conjunto de la comunidad, el gran tesoro que guardan los cementerios no tiene
ninguna trascendencia. A estos espacios, construidos por nuestros antecesores,
no se les adjudica ninguna valoración simbólica.
Ante tal
panorama, resulta muy difícil atravesar los obstáculos que la sociedad nos
impone. Sin embargo, el rescate de los valores patrimoniales de nuestra cultura
constituye una tarea pendiente. El patrimonio cultural de una
sociedad está conformado por los bienes comunes que cada
comunidad ha generado a lo largo de su existencia. Las riquezas que producimos
los seres humanos son atesoradas como testimonios de nuestra identidad
cultural, en cada etapa histórica.
Ese tesoro
que heredamos de nuestros antepasados lo podemos apreciar al reunir los
fragmentos que nos permiten reconocer y valorar la participación humana en la
construcción de cada sociedad; por ellos accedemos a sus códigos culturales,
sus particulares formas de expresar los sentimientos de arraigo e
identificación, su modo de experimentar la vida y de proyectarse hacia el
futuro.
Estas riquezas permanecen en cada uno de los
cementerios, sin que los visitantes distingan a primera vista su valor. Sucede
lo mismo que con esos cofres donde están guardados los tesoros: sólo cuando alguien
los abre, es posible descubrir la fortuna que encierran. La imagen del arcón
lleno de monedas de oro, escondido bajo tierra, sugiere un sinnúmero de
expectativas.
Los buscadores de tesoros han emprendido
siempre largas travesías para encontrar riquezas en los lugares más recónditos
de la tierra. Para llegar a ellos, se dejaron guiar muchas veces por anécdotas
de difícil verificación y de veracidad incierta que circulaban de boca en boca,
y fueron examinando todas las señales que encontraban en su camino. En eso
consiste el trabajo del investigador: tiene que verificar la existencia de los
tesoros ocultos, a veces guiándose con datos que provienen de misteriosos
llamados. El relato que sigue fue tomado de un suceso real y es una bella
metáfora que describe la vocación de los buscadores de bienes de nuestro
patrimonio cultural:
En
pleno campo de una provincia del norte argentino, una noche en la que ni
siquiera la luna se asomaba, dos mujeres y tres jóvenes iban a caballo,
atravesando un paraje solitario. La verdad es que los jinetes no sabían cómo
hacían los animales para ver, en medio de semejante oscuridad. De pronto, uno
de los jóvenes miró hacia un costado y vio algo brillante; le avisó a su
acompañante y éste, a su vez, le gritó a las dos mujeres y al otro joven que
iban adelante. La mujer mayor, algo asustada, ordenó seguir y no detenerse; el
joven que descubrió la luz brillante trataba, mientras tanto, de descifrar qué
era aquello. Era un corazón perfecto, con
dos semicírculos al medio, algo rarísimo, como los tubos de neón que forman las
letras en algunos carteles. Sí, fue así. Aunque es necesario destacar un
detalle singular, en esa zona no había luz eléctrica. A este suceso nadie le
encontró una explicación lógica; la gente del lugar decía que así se
manifestaban los tesoros escondidos, que
sólo se revelan a cierta gente, pues están esperando que ellos los descubran.
Pocos son aún los que conocen los hallazgos de las/los investigadores
de cementerios que han dado visibilidad a los valores culturales de estos
espacios sagrados, verdaderos tesoros que vale la pena conocer. Los cementerios están llenos de huellas y de
mensajes que esperan ser descubiertos y cuando un equipo de estudiosos se
aviene a hacer esa búsqueda, recupera para el resto de la sociedad, las
riquezas de su patrimonio cultural.
Cada nombre propio, cada sepultura, cada imagen, cada
ofrenda, cada conmemoración esconde, tras su simple apariencia, todo un
simbolismo apasionante. Sabemos que no se aprecia lo que no se conoce, por eso la
labor de dar a luz este “patrimonio vivo que parecía estar muerto” nos permite
recuperar el sustento más valioso que tiene cada pueblo.
Nos acerca, en primer lugar, al valor de las vidas
humanas, pues al recordar a los que nos antecedieron en la muerte, los
rescatamos para la memoria colectiva. Luego, nos permite descubrir las
particulares formas de crear, pensar y sentir la vida que tuvieron las
generaciones que nos precedieron, en cada tiempo y en cada lugar de nuestro
mundo.
Hace ya seis años que la Red Argentina de Valoración
y Gestión Patrimonial de Cementerios viene desarrollando la tarea de reunir a
los investigadores que, en distintos puntos del país, trabajan en pos de la
valoración y el rescate de los bienes patrimoniales de nuestros cementerios.
Realizamos este trabajo, unidos a otras Redes que se van organizando en otros
países y que conforman la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de
Cementerios Patrimoniales.
Este movimiento originado a partir de los espacios
funerarios, nos muestra una vez más que somos ramas que se expanden desde las
mismas raíces y que de ellas nacen flores y frutos con diferentes fragancias y
sabores. El desarrollo de las Redes se construye con el aporte de todos sus
miembros y se encuentra hoy en pleno crecimiento.
En esta oportunidad, nos llena de alegría la
publicación de este libro en el que se entregan los frutos de la fecunda labor
realizada por el Equipo del Cementerio de La Plata y su Contexto Histórico del Laboratorio de Análisis Cerámico de la
Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata,
dirigido por la Dra. Carlota Sempé, secundada por esa valiosa colaboradora,
nuestra querida y recordada Nina Rizzo. Ellas dos, junto con los profesionales
de diferentes especialidades que integran el grupo, se han volcado al estudio
del Cementerio Municipal de La Plata y, en la última década, han realizado
excelentes tareas que ponen al descubierto y realzan el valioso Patrimonio de
esa ciudad. Estos trabajos constituyen un importante aporte para todos los que,
de un modo u otro, han contribuido en las tareas de valoración patrimonial de
los cementerios y también para los interesados en descubrir la importancia de
esos bienes culturales.
Cristina
Falcón y Mercedes
Falcón
Presidenta y Vicepresidenta de la
Red Argentina de Cementerios y
Directoras de la Revista Adiós
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