sábado, 10 de marzo de 2012

El Cementerio de La Plata y su contexto histórico - INTRODUCCIÓN


INTRODUCCION

Homenaje a los investigadores de nuestros cementerios patrimoniales
Diez años atrás, cuando alguien nombraba un cementerio, la reacción más común del receptor era el rechazo. Para muchas personas este espacio, que durante mucho tiempo fue considerado un lugar sagrado, había perdido su significado.
Visitar y recorrer una necrópolis pasó a ser una práctica olvidada y la narrativa de los cementerios fluctuaba entre los relatos destinados a la desestimación y los ambientados en esos clásicos paisajes de miedo que, a lo largo del tiempo, dieron origen a tantas otras historias de hombres y mujeres que por alguna circunstancia tomaban contacto con los muertos.
Desde esa perspectiva, surgieron fantasmas diferentes a aquellos que presentaban dramas como Hamlet, escrito por William Shakespeare en el siglo XV -¿recuerdan que en esa obra el protagonista se comunicaba constantemente con el espectro de su padre?- tampoco tienen semejanza con las sombras y los aparecidos que han poblado los cuentos y poemas de los escritores que conformaron, durante el siglo XIX, esa corriente que se conoce con el nombre de literatura gótica: Edgard Allan Poe, Guy de Maupassant y tantos otros.
Los relatos que circulan desde fines del siglo XX aluden al abandono del lugar y en muchos de ellos se despliega un clima de temor y misterio, propicio para la aparición de espantos que son propios de esta generación. Para ilustrar esta forma de vincularse con los fallecidos, en este siglo, hemos tomado narraciones de cuidadores y serenos del Cementerio de la Plata que fueron publicadas en el diario Hoy de la ciudad de La Plata, el lunes 6 de julio de 1998. A continuación transcribimos algunas citas de esa publicación:
A nadie le gusta el cementerio, porque aquí es donde traen a los muertos y tanto las películas de cine como las historias literarias que se han realizado, mostraron a este lugar como un sitio lleno de misterio y terror, del cual casi siempre es imposible salir con vida”, contaba Mario Mazzeo, un ex-cuidador.
Todas las opiniones, a pesar de que todos sabemos que son mitos, nos transmiten mucho temor y eso se refleja en la gente cuando viene hasta aquí. Por ejemplo, una vez un chiquito llamado Juan estaba junto a su familia en este lugar y, jugando con su hermano a la escondida, se metió dentro de una bóveda. Pasados varios minutos, cuando quiso abrir la puerta para salir, ésta se había quedado trabada. Ante la desesperación, el chiquito comenzó a gritar -sáquenme de aquí que el muerto me va a matar-  mientras lloraba desconsoladamente” dijo Miguel.
Cuando ingresé a trabajar como sereno, mis compañeros comenzaron a contarme las historias. A pesar de no tener miedo en ese momento y reírme junto a ellos, todo eso me quedó en el pensamiento y es difícil salir a recorrer de noche un predio donde los ruidos abundan y vos mirás desesperado para cada costado. Mientras caminaba por entre las bóvedas, comencé a sentir ruidos extraños que alteraron mi calma. No era un ruido constante sino un murmullo. Mirando para todos lados, trataba de escuchar de dónde provenía el ruido, hasta que advertí que las palomas estaban escondidas entre las aberturas de las bóvedas y que emitían un raro llamado, que en la soledad del cementerio daba mucho miedo”, concluye el sereno.
En una época de distanciamiento de los muertos y de abandono de los cementerios, la labor de los investigadores que los recorren, no sólo como espacios de la memoria sino también como lugares de archivo de nuestro patrimonio, resulta algo verdaderamente extraordinario.
En la sociedad se ha propagado la costumbre de alejar la muerte de la vida, como si no tuviesen nada que ver una con otra. Perder el sentido de la finitud de la vida conlleva una pérdida de la comprensión de la verdadera naturaleza del ser humano. La existencia se reduce al consumo y se da preponderancia al mercado y sus valores. Esta manera de encarar la vida invisibiliza a los cementerios, considerados lugares que no responden a las demandas que exige el mundo.
En el aquí y ahora, no hay lugar para las acciones mancomunadas de una y otra generación, en las que todos unen sus esfuerzos para construir una sociedad afín a sus ideales, creencias y convicciones, a sus valores y formas de expresión. Al cortarse los lazos de unión con los que nos precedieron -para sólo vivir el presente- se ha creado un mundo de solitarios en el que reina la desconfianza y, muchas veces, la sospecha hacia las personas que, a pesar de estar a nuestro lado, nos resultan extrañas.
Lo cierto es que en estos tiempos del individualismo, todo gira alrededor de las posesiones materiales y, para el conjunto de la comunidad, el gran tesoro que guardan los cementerios no tiene ninguna trascendencia. A estos espacios, construidos por nuestros antecesores, no se les adjudica ninguna valoración simbólica. 
Ante tal panorama, resulta muy difícil atravesar los obstáculos que la sociedad nos impone. Sin embargo, el rescate de los valores patrimoniales de nuestra cultura constituye una tarea pendiente. El patrimonio cultural de una sociedad está conformado por los bienes comunes que cada comunidad ha generado a lo largo de su existencia. Las riquezas que producimos los seres humanos son atesoradas como testimonios de nuestra identidad cultural, en cada etapa histórica.
Ese tesoro que heredamos de nuestros antepasados lo podemos apreciar al reunir los fragmentos que nos permiten reconocer y valorar la participación humana en la construcción de cada sociedad; por ellos accedemos a sus códigos culturales, sus particulares formas de expresar los sentimientos de arraigo e identificación, su modo de experimentar la vida y de proyectarse hacia el futuro.
Estas riquezas permanecen en cada uno de los cementerios, sin que los visitantes distingan a primera vista su valor. Sucede lo mismo que con esos cofres donde están guardados los tesoros: sólo cuando alguien los abre, es posible descubrir la fortuna que encierran. La imagen del arcón lleno de monedas de oro, escondido bajo tierra, sugiere un sinnúmero de expectativas.
Los buscadores de tesoros han emprendido siempre largas travesías para encontrar riquezas en los lugares más recónditos de la tierra. Para llegar a ellos, se dejaron guiar muchas veces por anécdotas de difícil verificación y de veracidad incierta que circulaban de boca en boca, y fueron examinando todas las señales que encontraban en su camino. En eso consiste el trabajo del investigador: tiene que verificar la existencia de los tesoros ocultos, a veces guiándose con datos que provienen de misteriosos llamados. El relato que sigue fue tomado de un suceso real y es una bella metáfora que describe la vocación de los buscadores de bienes de nuestro patrimonio cultural:
En pleno campo de una provincia del norte argentino, una noche en la que ni siquiera la luna se asomaba, dos mujeres y tres jóvenes iban a caballo, atravesando un paraje solitario. La verdad es que los jinetes no sabían cómo hacían los animales para ver, en medio de semejante oscuridad. De pronto, uno de los jóvenes miró hacia un costado y vio algo brillante; le avisó a su acompañante y éste, a su vez, le gritó a las dos mujeres y al otro joven que iban adelante. La mujer mayor, algo asustada, ordenó seguir y no detenerse; el joven que descubrió la luz brillante trataba, mientras tanto, de descifrar qué era aquello. Era un corazón perfecto, con dos semicírculos al medio, algo rarísimo, como los tubos de neón que forman las letras en algunos carteles. Sí, fue así. Aunque es necesario destacar un detalle singular, en esa zona no había luz eléctrica. A este suceso nadie le encontró una explicación lógica; la gente del lugar decía que así se manifestaban los tesoros escondidos, que sólo se revelan a cierta gente, pues están esperando que ellos los descubran.
Pocos son aún los que conocen los hallazgos de las/los investigadores de cementerios que han dado visibilidad a los valores culturales de estos espacios sagrados, verdaderos tesoros que vale la pena conocer. Los cementerios están llenos de huellas y de mensajes que esperan ser descubiertos y cuando un equipo de estudiosos se aviene a hacer esa búsqueda, recupera para el resto de la sociedad, las riquezas de su patrimonio cultural.
Cada nombre propio, cada sepultura, cada imagen, cada ofrenda, cada conmemoración esconde, tras su simple apariencia, todo un simbolismo apasionante. Sabemos que no se aprecia lo que no se conoce, por eso la labor de dar a luz este “patrimonio vivo que parecía estar muerto” nos permite recuperar el sustento más valioso que tiene cada pueblo.
Nos acerca, en primer lugar, al valor de las vidas humanas, pues al recordar a los que nos antecedieron en la muerte, los rescatamos para la memoria colectiva. Luego, nos permite descubrir las particulares formas de crear, pensar y sentir la vida que tuvieron las generaciones que nos precedieron, en cada tiempo y en cada lugar de nuestro mundo.
Hace ya seis años que la Red Argentina de Valoración y Gestión Patrimonial de Cementerios viene desarrollando la tarea de reunir a los investigadores que, en distintos puntos del país, trabajan en pos de la valoración y el rescate de los bienes patrimoniales de nuestros cementerios. Realizamos este trabajo, unidos a otras Redes que se van organizando en otros países y que conforman la Red Iberoamericana de Valoración y Gestión de Cementerios Patrimoniales.
Este movimiento originado a partir de los espacios funerarios, nos muestra una vez más que somos ramas que se expanden desde las mismas raíces y que de ellas nacen flores y frutos con diferentes fragancias y sabores. El desarrollo de las Redes se construye con el aporte de todos sus miembros y se encuentra hoy en pleno crecimiento.
En esta oportunidad, nos llena de alegría la publicación de este libro en el que se entregan los frutos de la fecunda labor realizada por el Equipo del Cementerio de La Plata y su Contexto Histórico del Laboratorio de Análisis Cerámico de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, dirigido por la Dra. Carlota Sempé, secundada por esa valiosa colaboradora, nuestra querida y recordada Nina Rizzo. Ellas dos, junto con los profesionales de diferentes especialidades que integran el grupo, se han volcado al estudio del Cementerio Municipal de La Plata y, en la última década, han realizado excelentes tareas que ponen al descubierto y realzan el valioso Patrimonio de esa ciudad. Estos trabajos constituyen un importante aporte para todos los que, de un modo u otro, han contribuido en las tareas de valoración patrimonial de los cementerios y también para los interesados en descubrir la importancia de esos bienes culturales.

Cristina Falcón  y  Mercedes Falcón
Presidenta y Vicepresidenta de la 
Red Argentina de Cementerios y
Directoras de la Revista Adiós



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